Columna

Azafrán

           Bienvenidx a Azafrán, queridx lectorx. Mi nombre es Celeste Orozco, y nací en la tarde lluviosa de un martes de agosto. Soy firme creyente de que los días en los que nacemos nos marcan de una forma u otra. Pienso que tal vez por eso adoro los lugares con ventanas amplias para guardarme de la lluvia y poder observar, o tal vez por eso devoro las metáforas del consuelo y me atraen los refugios cálidos. Tengo veinticinco años, colecciono tazas y miniaturas, mi color favorito es el verde salvia y mi especia favorita es la cúrcuma por sus atributos medicinales, connotaciones espirituales y sabor. Considero que un espacio idóneo para escribir es el espacio doméstico por sus cualidades íntimas de santuario y lugar de donde nacen las epifanías de lo cotidiano. Por eso, hoy escribo desde la comodidad de mi sala, acompañada por mis gatos, la música de trova y la lluvia en la ventana después de una tarde soleada. 

           Soy de la CDMX y de Veracruz puerto. Por una parte, aquí en la capital, los espacios que más me significan son: el centro, la línea azul del metro, el río de Churubusco que está cerca de la estación Mexicaltzingo, los rincones de Coyoacán y las casas de té. Considero que conozco esta ciudad por la comida que consumo, ya que en mi cabeza existe un mapa con todos los lugares culinarios que conozco. Por ejemplo, en el centro existe un restaurante libanés oculto en un edificio muy viejo, cerca del metro Pino Suárez, al que me llevaban mis papás los fines de semana desde que era muy pequeña. En la línea azul del metro existen un sinfín de estaciones que desembocan en lugares donde comer y beber café, como en la estación San Cosme, donde hay dos cafeterías y una heladería que me significan profundamente por las memorias que les asocio (y por la calidad en sus sabores). Por el río de Churubusco, cerca de Mexicaltzingo, existe uno de mis puestos de tacos favoritos, así como una heladería en la calle de Osa Mayor que me salvó de los días tristes cuando recién me había mudado en la pandemia. 

           Por otra parte, en Veracruz puerto, los lugares que más me significan son: el mercado Hidalgo, Mata de Uva, el pueblo de Mandinga, el puente colgante de La Antigua, mi balcón hacia el jardín y el malecón del centro. No soy nada sin el mar, la arena, los murciélagos en la noche y las palomas en mi ventana. Así como conozco la capital mediante la comida, con Veracruz pasa lo mismo. En el mercado Hidalgo, entre los pasillos de brujería y santería, hay un puesto de picadas y empanadas que me remontan al inicio y al fin de mi estadía en el puerto porque cada que regreso y me voy, mi familia y yo comemos ahí. Mata de Uva es una playa lejos del puerto y, cuando pienso en ella, recuerdo vívidamente el sabor de los cocos con chile y sal. Mi familia y yo frecuentamos el pueblo de Mandinga siempre que queremos comer mariscos hasta reventar; mi platillo favorito del restaurante Uscanga siempre serán los pulpos en su tinta. Cerca del puente colgante de La Antigua no hay muchos lugares para comer, más que papitas de puesto, pero lo recuerdo con mucho cariño por las lluvias cálidas que me han acariciado el rostro cuando lo cruzo. Adoro el balcón hacia el jardín de mi cuarto porque, en los días de tormenta, puedo observar todo desde un lugar seco. Finalmente, en el malecón de Veracruz está la parroquia y las nieves del güero güero que no pueden faltar como bienvenida y despedida (así como el mercado Hidalgo). 

           Soy tesista de la carrera de Letras Modernas Inglesas, de la UNAM. Me especialicé en los estudios culturales, la poesía y los estudios de comida. Mi proyecto de titulación se enfoca en la identidad de la diáspora palestina en Estados Unidos mediante la comida y los afectos en la poesía de Naomi Shihab Nye. Tengo amplio conocimiento de las literaturas indígenas canadienses, diaspóricas MENA, los estudios del cuerpo, la literatura africana y la literatura juvenil e infantil. También soy miembro de la REDAN (Red de Norteamericanistas), que parte del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la UNAM. Actualmente me dedico a la escritura, edición y revisión de declaraciones juradas en los procesos migratorios de víctimas de tráfico de personas en Estados Unidos. Los caminos de la vida son confusos y caóticos, por lo que no fue una decisión consciente enfocarme en los estudios de los Estados Unidos y los procesos migratorios tan profundamente como lo estoy haciendo ahora. Un día, las cosas se acomodaron para que mi trayectoria universitaria y profesional se unieran orgánicamente y estoy muy agradecida por ello. 

           En la carrera de Letras Inglesas decidí especializarme en los estudios culturales porque me interesa analizar los diferentes aspectos que forman a un objeto cultural y cómo éste impacta en la vida de las personas. También, el área de los estudios de la comida me fue sumamente atractivo porque lo alimentario y culinario ha sido un aspecto central en mi vida desde siempre. La repostería jugó un rol crucial en mi vida y crecimiento: por un lado, mi papá enamoró a mi mamá horneando pasteles y, por el otro, mi mamá es chef, dedicada a la repostería. Antes de dedicarme a la literatura, estudié la mitad de la carrera de artes culinarias en el Colegio Superior de gastronomía y mi lenguaje del amor siempre se ha volcado a cocinarle a quienes amo. Ahora que lo pienso, mi lenguaje del amor es un lenguaje heredado y aprendido no sólo por mis papás, sino por la red de ancestrxs que cocinaron para otrxs. Mi travesía con la comida desde la intimidad, el amor, la domesticidad, la identidad, lo académico y la profesión ha sido largo y difícil. Considero que experimentar lo alimentario desde diferentes puntos y espacios culinarios me ha ofrecido una perspectiva muy particular con respecto a lo cotidiano y conmigo misma, ya que de lo alimenticio nacen múltiples ejes políticos, religiosos, sociales, culturales, hereditarios y bases identitarias que conforman todo lo que me rodea.  

           Entonces, la comida también ha sido una manera de reconectar con mis raíces ancestrales y diaspóricas del mundo árabe. Aunque mis raíces ancestrales han sido arraigadas profundamente a México, mi historia familiar nace del mundo árabe con historias de exilios y peregrinos del arena que por una razón u otra llegaron a México. Por lo que mi interés en la diáspora MENA, específicamente la palestina, también nace de mi propia identidad. Por lo tanto, mi proyecto de tesina se vincula estrechamente con mis sentires e identidad. Los poemas que analizo de Naomi Shihab Nye son “Sifter”, “The Traveling Onion” y “Arabic Coffee”, en los cuales el ingrediente principal del análisis identitario y literario, son la harina, la cebolla y el café. Mediante estos ingredientes, la voz poética ofrece detalles cotidianos que, más tarde, impactan la lectura con la carga política y cultural de los afectos vinculados a la comida. Nye escribe desde lo doméstico, el consuelo y los procesos políticos del duelo relacionado a la migración. Recomiendo ampliamente sus obras: Words Under Words (1994), The Space Between Our Footsteps (1998), A Maze Me (2005) y Everything Comes Next (2020). Personalmente, la poesía siempre ha abarcado un espacio muy grande en mi corazón. Específicamente, la creación poética del mundo árabe y de la diáspora MENA. Mis poetas favoritxs son, Emily Dickinson por sus poemas de la naturaleza, Mahmoud Darwish por sus análisis del café, la geografía literaria y de la Palestina ocupada, Nizar Qabanni por sus poemas de amor, Susan Sontag porque me reconozco en muchos de sus poemas, Anne Carson por sus versos y ensayos tan íntimos, Joseph Brodsky por su poesía del exilio, y claro, Naomi Shihab Nye.  

           El propósito de esta columna es, por una parte, compartir pequeños análisis culturales de la literatura del mundo árabe y diaspórica MENA con respecto a Gaza y las movilizaciones en México. Me gustaría compartir traducciones de poesía palestina y difundir restaurantes o centros culturales del mundo árabe en la CDMX. También, me gustaría hacer un recorrido de la comida mexicana y veracruzana resaltando su importancia e impacto en las juventudes y la cultura de la ciudad. Por otra parte, me gustaría visibilizar el arte y poesía disidente mexicana. Considero que mi columna puede ofrecer un espacio en el que se nombren aspectos de la vida diaria que muchas veces son ignorados o reprimidos.  

           Agradeceré profundamente su lectura y para finalizar, cierro con una frase que me representa y habita profundamente de mi libro favorito, A ​​Little Life, escrito por Hanya Yanagihara. Este libro relata la relación de amistad entre cinco íntimos amigos que se conocen en la universidad. Se explora la evolución de sus relaciones y vidas durante 30 años, la intimidad de cada una de sus relaciones, los duelos de crecer, del cuerpo, de los espacios y de los cambios. Considero que es un libro profundamente emocional y personal que, pese a la tragedia, ofrece un apapacho a quien lo lea: 

           He went to the kitchen to make himself coffee, and as he did, he whispered the lines back to himself, those lines he thought of whenever he was coming home, coming back to Greene Street after a long time away—“And tell me this: I must be sure. This place I’ve reached, is it truly Ithaca?”—as all around him, the apartment filled with light. (A Little Life, 2015) 

Traducción:  

           Fue hacia la cocina para prepararse un café y, cuando lo hacía, susurró sus líneas, aquellas líneas en las que pensaba cada que regresaba a su hogar, cada que regresaba a Greene Street después de un largo tiempo fuera– “Dime esto: Necesito estar seguro. Este lugar al que he llegado, ¿realmente es Ithaca?” –mientras que a su alrededor el departamento se llenaba de luz.  

Azafrán

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